Pueblo de Haría

En la porosa arquitectura del pueblo de Haría, el paisaje agrario y los elementos de la naturaleza se introducen en el espacio urbano: el palmeral conquista el pintoresco entramado de calles y plazas y lo convierte en un oasis entre barrancos y volcanes.  

La presencia de agua en el subsuelo otorga al valle de las mil palmeras un carácter diferenciador en el que conviven en armonía el verde de los cultivos, el negro de las cenizas y el blanco de las construcciones. 

Haría destaca por conservar la forma de vida tradicional de la isla, tranquila e inmersa en el medio natural. Los vestigios de su pasado señorial perviven en la iglesia y algunos edificios de la plaza central, donde los sábados se instala un mercado artesanal a la sombra de laureles y eucaliptos, que muestra los oficios ancestrales de la cerámica, la empleita (trenzado de hoja de palma), el aloe o los tintes naturales a partir de la cochinilla. 

Fue la localidad elegida por César Manrique para instalar el hogar de sus últimos años, una vivienda de labranza rehabilitada sobre el manto de rofe de una finca agrícola.  

La erupción del volcán de la Corona creó una espectacular terraza sobre el mar de 18 Km2, que constituye el Malpaís de la Corona. Con una antigüedad de 3000 años, es un edificio volcánico formado por escorias y lapilli. Desde el cráter se vislumbran cultivos de vid, higuera y tunera protegidos por socos de piedra y la impagable panorámica de las islas del Archipiélago Chinijo.